Numerosas son las connotaciones de San Nicolás en este mes, cuando su fiesta se sitúa en nuestro almanaque el día 6, en la proximidad de las Navidades y, sobre todo, en su condición de patrono de la Universidad. Los estudiantes de ayer, de siempre —a pesar de no participar hoy de una realidad sacralizada— andan prestos en celebrarlo. Poco importa el desconocimiento de su identidad. Ya lo decía el sabio profesor Ricardo Macías Picavea, en el siglo XIX, que en esto de las fiestas, los estudiantes españoles son un “zaragozano”, refiriéndose al popular calendario. Margarita Torremocha ha estudiado cómo aquellos escolares del Siglo de Oro hicieron suya esta fiesta por antonomasia. El claustro organizaba sus funciones, los estudiantes las diversiones que comenzaban en la víspera, en los entornos de la antigua parroquia de San Nicolás junto al Puente Mayor, extendiéndose hacia el Espolón, en la orilla del río, a pesar de las prohibiciones. La ciudad se transformaba y se crispaba con ciertas costumbres; vivía al patrono de la Universidad, sin que faltasen enfrentamientos con la justicia ordinaria del tribunal de la Chancillería, a pesar de que escolares y profesores tenían la suya propia. Además en Valladolid, San Nicolás cuenta con otra dimensión más popular si cabe que la estudiantil. La nueva parroquia dedicada a su advocación, tras la desamortización del antiguo convento de trinitarios descalzos, es la meta de las célebres caminatas que se celebran cada lunes, para recibir los cientos de miles de peticiones de fieles.
Para conocer su vida, las habituales hagiografías del “Flos sanctorum”, recuerdan su nacimiento en Asia Menor, en el último cuarto del siglo III. Estos escritores especializados le hacían santo desde la cuna, pues aquel bebé (¡qué cosas de la narración barroca!) sabía cuándo tenía que comer y cuándo ayunar y se privaba del pecho los miércoles y viernes, acudiendo al mismo una vez al día. Su tío, que era obispo, le encaminó hacia la vocación sacerdotal sabiendo que su camino iba a ser grande. Fue un clérigo comprometido con los necesitados, que repartió su herencia entre los pobres. Una de sus limosnas fue socorrer a tres hermanas doncellas, que no podían ser sustentadas ni por su propio padre y se encontraban expuestas a la prostitución. Dice la tradición que Nicolás arrojó sucesivamente por la chimenea de aquella casa —curiosamente una chimenea— una bolsa de monedas de oro en medio de la oscuridad de la noche.

Se trasladó a la ciudad de Mira, donde pensaba que iba a pasar desapercibido. Allí, fue elegido obispo en tiempo de persecuciones. Él no sufrió el martirio, sí la cárcel y el destierro hasta la tolerancia de Constantino. Participó en el gran Concilio de Nicea. Se le empezaron a atribuir milagros. Quizás el más recurrido iconográficamente —presente en la imagen central de San Nicolás en la mencionada parroquia o en el lienzo que preside el paraninfo de la Universidad y que procede de su antigua capilla— es el de los tres niños resucitados por su intercesión, tras haber sido asesinados y arrojados a un barril de sal.

Tras su muerte un 6 de diciembre de mediados del siglo IV comenzó a transformarse su devoción en patronato. Primero, para los niños y marineros —la Colegiata, hoy Concatedral de Alicante, se dedica a San Nicolás—. Después, el emperador Justiniano en el siglo VI le dedicó una iglesia en Constantinopla y los zares lo nombraron patrono de Rusia. En mayo de 1087, sus restos fueron rescatados de la invadida Mira y trasladados a Bari. Se difundió la creencia de que una “suave mirra” preservaba su cuerpo de la corrupción. A partir de ahí empezó a expandirse su devoción por Italia. El personaje se fue complicando con la llegada de regalos a los niños el día de su fiesta en territorios alemanes y holandeses. Cuando estos últimos viajaron a Nueva Amsterdam, en los actuales Estados Unidos, el santo continuó su función dispensadora. Su dimensión se paganizó —o cristianizó, según se mire, al personaje del solsticio del invierno—, mudó formas de vestir y colores y su fisonomía bonachona fue proporcionada por el dibujante alemán Thomas Nast. Comparten aquel obispo Nicolás y éste Santa Claus y “Papa Noel” su amor por los niños pero, el santo del siglo IV se encontraba especialmente dedicado a los pobres. Un carácter protector que no había que olvidar entre los antiguos estudiantes, de rostro a veces pícaro y burlón, ante las comodidades no proporcionadas por su vida.

Javier Burrieza Sánchez

Imagen del retablo de la antigua capilla de la Universidad derribada

en 1909 con el lienzo de San Nicolás que hoy preside el Paraninfo.